Nuestra Patagonia, SIN REPRESAS

2 de mayo de 2010

Un viejo amigo.

Ahí estaba de pie, varios metros más allá, me imagino que esperándome. Caminé hacia él le golpeé la espalda cariñosamente, y con una mirada maravillada me mostró que me extrañaba.

Me llamó la atención que no dijera nada... pero lo ignoré.

Él era el mismo de siempre, no había muestras del paso del tiempo. Estaba tan alto y macizo como siempre. Quizás un poco menos moreno que yo, pero lejos de ser pálido. Con una mirada muy profunda, sus piernas largas y firmes, la misma ropa de siempre, y la que en su infancia fue reconocida como, una cola envidiable.

No lo dudé, me acerqué tanto como pude hasta él, lo abracé con la mano izquierda y puse mi pie derecho en el estribo, lo monté y salimos a cabalgar como si los años no hubieran pasado, como si fuéramos tan amigos como siempre.





1 comentario:

Anónimo dijo...

Los caballos reconocen sitios y personas, son muy inteligentes, una vez uno tiró a mi madre al suelo, no la conocía pero ya no la soportaba, mira qué listo!
Un besoo